sábado, 26 de noviembre de 2011

EJERCER EL ROL DE PADRES

Niños que maltratan a otros niños, alumnos que cambian de colegio, padres que descalifican a los maestros y viceversa, alumnos que retan a los maestros, padres que se sienten lastimados por los malos tratos de sus hijos.., la lista es extensa y abrumadora.
Aunque el tema es complejo y va desde lo circunstancial del entorno social, la escuela y los medios virtuales de ocio, es necesario enfocar la mirada en lo más cercano al niño: los padres y su responsabilidad a la hora de trasmitir los valores que incluyan la convivencia en armonía y el respeto al otro.
Hemos pasado de una familia que "ordena y punto”, a otro estilo difuso de relación familiar, donde abunda la renegociación permanente, la “suavidad”, y una aparente renuncia o negación a ejercer la función paternal.
De los padres supervisores y exigentes, se ha pasado a otro estilo bien distinto: padres duros, críticos y al mismo tiempo sumamente permisivos, que cedieron su autoridad o están ausentes.
No nacemos sabiendo ser padres. Aprendemos a ello y aprendemos practicando. No hay otra manera. Y si no practicamos a su debido tiempo, luego no podemos controlar  al adolescente de más de metro setenta y más de setenta kilos de peso. Y es que, el oficio de educar al hijo, requiere una inversión a largo plazo y una adaptación continua a las demandas y necesidades del niño.
Del mismo modo que la ternura, el afecto, la caricia, el beso, la palabra cariñosa es imprescindible, también lo es, por supuesto el “NO”, el límite, la prohibición de determinados comportamientos. Si el niño no ha tenido límites desde temprana edad, no sólo hará la vida imposible a las personas de su entorno para obtener lo que desea cuanto antes y a cualquier precio, sino que además, carecerá de una propia conciencia de sus verdaderas necesidades, de sus verdaderos límites y, en consecuencia, de su identidad.
Somos lo que superamos, lo que nos hemos visto obligados a  aprender, lo que incorporamos a través del trabajo y del esfuerzo. Si el premio o el regalo son permanentes y sin motivo, si ante la demanda y las pataletas, hay un silencio, complaciendo el deseo sistemáticamente, se termina no valorando lo que se obtiene. Entonces, nada importa, nada cuesta, nada vale.
La mala cara, la pataleta, el berrinche y la agresividad, se aprenden y se incorporan al comportamiento, ya sea  por imitación o por permisividad. No son “cosas de niños”, se va el futuro en ello. Quizá es necesario recuperar palabras como: respeto, responsabilidad, esfuerzo, diálogo, voluntad, entrega, generosidad, paciencia... Quizá deberíamos dedicar tiempo a hablar sobre en qué consisten estos conceptos con nuestros hijos y realizar tareas que los lleven a la práctica. Debemos ser responsables de su adecuada socialización. Un “todo vale” hoy se convertirá en  un “todo vale” mañana. Y en ese “todo vale” están las semillas de la violencia futura, el egocentrismo, de la indiferencia moral, incluso de la psicopatía con todas sus consecuencias. 
(Recopilado por: Lic. Geraima Espinoza)