Evidentemente, hemos evolucionado hacia nuevos modelos de familias. Todas tienen una esencia común y variables que delimitan su complejidad, planteando nuevos retos y nuevos roles.
Cada vez son más frecuentes, las familias reconstituidas, formadas por una pareja adulta en la que al menos uno de los conyugues tiene uno o varios hijos de una relación anterior, y el dilema clave es el cómo relacionarse con los hijos del otro.
Estas relaciones desafían la lógica de la familia tradicional nuclear y es por esto que para comprenderlas es necesario tener en cuenta que toda familia reconstituida hay una perdida implícita, al provenir con frecuencia de divorcios. Por lo tanto los hijos involucrados tienen que aprender a superar ese “duelo”, manejar la perdida y asumir el proceso emocional que conlleva, en una “transición psicosocial” dolorosa y estresante para cualquier individuo y mucho más para un niño.
La nueva pareja del progenitor o progenitora forma parte de un nuevo escenario de convivencia en el hogar sin que, los hijos hayan roto los vínculos afectivos con el padre o la madre biológica ausente y donde la nueva figura “intrusa” es considerada como “padrastro” o “madrastra”, con toda carga emotiva sobreentendida en estos términos.
A partir de su constitución, la nueva familia tendrá que aprender en poco tiempo a asumir los nuevos cambios, buscando el adaptarse y reestructurar la cotidianidad y en búsqueda de una razonable armonía relacional entre todos los miembros porque su propia complejidad la hace más inestable.
Antes de iniciar cualquier nueva relación amorosa es necesario tener en cuenta el nivel adecuado de conocimiento, comprensión, respeto y compromiso que se establecerá.
De aquí que sea preciso mantener una actitud afectiva y progresiva: “Si quieres a una persona, quiere también a quienes ella más quiera: sus hijos”. Esta actitud se considera clave a la hora de iniciar una relación amorosa con una mujer o con un hombre con descendencia y se hace imprescindible en el caso que se decida crear una familia reconstituida y habitar en un mismo hogar con ellos.
Sean hijos del padre o de la madre, la familia reconstituida tiene un reto para generar autoestima familiar, y un nuevo modelo de convivencia armoniosa que debe comenzar por una cuidadosa relación de pareja y que exige mucha atención a todos los miembros y al conjunto, por todo eso es aconsejable:
* Establecer, en lo posible, nuevos espacios, tiempos y criterios para convivir.
* Mantener una actitud respetuosa con todos.
* Crear una dinámica familiar de equipo.
* Cuidar la inteligencia emocional y social de la familia.
* Ser generoso y ecuánime con todos, pero también realista y paciente.
En conclusión, para tratar a los hijos de los otros la clave es lograr poco a poco un “padrinazgo amistoso”. Es decir, mantener una relación equilibrada con los niños, entre el parentesco y la amistad. Sabiendo compaginar una autoridad responsable y estimulante, con una amistad comprensiva, que favorezca un estilo parental positivo, compartido y corresponsable. Manteniendo un respeto expreso, al progenitor que no convive en el hogar, reconociendo la función parental irrenunciable de este.
Recopilado por: Lic. Geraima Espinoza F.